Vejez
Contemplamos con estima los rostros de nuestros mayores, endurecidos y cincelados por los años y las fatigas de la vida. Abuelos y abuelas que miran de manera serena y seria a la cámara, dispuestos a pasar a la posteridad, conscientes, ahora, de la fugacidad de la vida y quizás pensando en todo aquello que ya han vivido. Abuelos y abuelas con gesto ponderado, propio de quien va cerrando las páginas de un libro y sabe de sobra que, a pesar de todo, ya no se puede retroceder.
Aquellos rostros antiguos en blanco y negro que, colgados en las paredes de las habitaciones de los abuelos, o en el comedor, parecía que nos miraban fijamente con las pupilas oscuras desde donde quiera que nos situáramos.
Fotografías que evitábamos mirar cuando teníamos que pasar solos, a toda prisa, por un pasillo oscuro, o si entrábamos dentro de una habitación en penumbra porque pensábamos que nos transmitían misterios de otro mundo.
Aquellos retratos que yacían, amarillentos y difuminados en el triste tránsito de pasar al olvido, dentro de cajones o botes metálicos de membrillo o de galletas, eran todo el recuerdo que teníamos de personas de nuestra sangre que nos habían precedido en esta vida.
Esa fotografía era, muchas veces, la única existente de los antepasados. También solía ser la base de las fotos que durante el siglo XX se acostumbró a poner en las lápidas del cementerio.
Nosotros no nos podemos sustraer a la fascinación que aquellas fotografías antiguas de personas provocan en nuestra imaginación y en nuestros sentimientos.
Hemos recuperado fotos olvidadas en casas ya inexistentes, de cuevas a punto de desaparecer por acción de la pala excavadora, y también entre los recuerdos conservados por familiares que en ocasiones ya no tienen idea de a quien pertenecían aquellos retratos. También presentamos imágenes de hombres y mujeres que no han sido todavía olvidadas y que están muy bien guardadas entre los tesoros familiares.
Todavía estamos en la época en la que el viejo es respetado y ocupa un lugar privilegiado en la familia. Aquí observamos como comparten el retrato personas mayores con niños i tanto unos como otros muestran una pose tranquila, satisfecha. Se establece un puente de unión entre las dos edades más distantes construido con respeto y estima. Quizás tenga razón la frase proverbial que dice que los extremos se tocan y se unen.
Y todos estos rostros del pasado nos parecen cuchichear la misma frase de Horacio que el personaje del profesor Joan Keating, interpretado por Robin Williams, en el notable film Dead Poets Society, les dice a sus alumnos de literatura: “carpe diem, haced cosecha del día, aprovechad el momento, porque vendrá un tiempo en el que seréis lo mismo que nosotros: solamente una sombra impresa sobre un trozo de papel”.
Una sombra ya ignorada, desconocida.
Ser viejo o mayor significaba, entre otras cosas, adoptar el color negro en su vestimenta.
Las fotos, los cuadros en las casas eran de personas mayores, nunca ponían de criaturas.
Entre los valores tradicionales estaba el respeto a la persona mayor. Hablarlos de usted era la norma.
El envejecimiento de la población es un logro, un éxito de la humanidad.
Los 60, los 70 y los 80 años de hoy no tienen nada que ver con los de hace unes décadas, ni en presencia ni en actitud.
Los ancianos, durante siglos, han sido los guardianes de las tradiciones y los mejores árbitros en caso de conflicto.
Contemplamos, con estima, el rostro de nuestros mayores endurecidos y cincelados por los años y las fatigas de la vida.
Hoy se produce, en muchos sectores de la sociedad, una falta de afecto y deferencia hacia una generación que en otros tiempos inspiraba veneración.
Antes del siglo XX, la esperanza de vida, en general, estaba muy por debajo de los 60 años.
Abuelos y abuelas que miran de manera serena y seria a la cámara dispuestos a pasar a la posteridad.
Se establece un puente de unión entre las dos edades más distantes construido con estima y consideración.
Comparten el retrato personas mayores con niños, y tanto unos como otros muestran una actitud tranquila, satisfecha, basada vínculos afectivos estrechos.


