La faena de hilar cáñamo y otras fibras, y la del esparto, fueron durante el siglo XX un suplemento monetario importantísimo para la economía doméstica de la población de Crevillent, economía generalmente muy humilde. En esta ocupación –ya se ha dicho-, participaban también, para poder llevar unas gitaetes a su madre, los niños y niñas tan pronto como podían levantar unos pocos palmos del suelo.
En muchas ocasiones, hemos oído contar en casa cómo niños que no tenían más de cuatro o cinco años, cuando ya podían darle vueltas a la rueda de menar, pasaban a formar parte del proceso de la filassa. Mena a rejo!, les chillaba el filador, para que aumentaran la velocidad de la rueda, y bastante a menudo eran el blanco de las iras de este, en los momentos en los que la dureza y monotonía del trabajo hacían perder los nervios a los menos templados.
No todo era rudeza y cansancio, naturalmente, y las fotografías que aquí contemplamos nos trasmiten también la cara más amable del trabajo; no solamente los sudores bajo el sol o la exposición al frío en invierno y el lamentable trabajo infantil. Pero son un testimonio fiel de cómo costaba llevar cuatro chavos a la cueva para comprar lo básico para sobrevivir.