Gente de Vaiona, de Cendra, de la Salut y del Barranquet, del Fondo del Calvari y de la Verea del Pont –la que sube a Sant Isidre-, dels Arbrets, dels Baixos de l’Hospital, de Sant Josep, de la Plaça –o también dicho del Poble-, o de la Vila –hasta l’església Vella o el carrer dels Morts-, porque hasta allí, hasta la actual plaza del mercado, llegaban las casas del espacio urbano.
Gente con los mismos deseos y los mismos miedos, el miedo a la enfermedad y a la muerte de un familiar, sobre todo de un niño. Con las mismas penas, por familiares ausentes o por la precariedad económica. Con privaciones en lo material que aliviaban en determinados momentos de descanso compartiendo una peroleta de arroz con conejo, casero o de la sierra, o gatxamiga si ese día llovía; y con serenatas a la amada donde se cantaban coplas, habaneras y tangos.
Gente que, a pesar de la deficiente economía, mostraban una cierta elegancia a la hora de las relaciones sociales, y así vemos que iban con chaqueta y pantalón de vestir –como mandaba la moda de la época-, incluso algunos llevaban corbata, aunque muchos de ellos calzasen alpargatas.
Quizás el motivo es que solo disponían de dos mudas: una ropa para trabajar y otra para vestirse en cualquier acontecimiento, tanto si era para ir de fiesta como para ir a entierros, a la merienda de Pascua en la sierra, al festejo, etc.