Gente del pueblo

Cada semblante, cada mirada esconde mil y una historias de felicidad o de tristeza, de particulares momentos vividos que desaparecen con ellos. Retratos, los más antiguos, que no pueden expresar las emociones que albergan porque se sienten obligados a guardar las formas delante de un ritual que practican poco y que respetan, porque les sirve para perpetuarse, para dar fe de su existencia.

Gente de Vaiona, de Cendra, de la Salut y del Barranquet, del Fondo del Calvari y de la Verea del Pont –la que sube a Sant Isidre-, dels Arbrets, dels Baixos de l’Hospital, de Sant Josep, de la Plaça –o también dicho del Poble-, o de la Vila –hasta l’església Vella o el carrer dels Morts-, porque hasta allí, hasta la actual plaza del mercado, llegaban las casas del espacio urbano.

Gente con los mismos deseos y los mismos miedos, el miedo a la enfermedad y a la muerte de un familiar, sobre todo de un niño. Con las mismas penas, por familiares ausentes o por la precariedad económica. Con privaciones en lo material que aliviaban en determinados momentos de descanso compartiendo una peroleta de arroz con conejo, casero o de la sierra, o gatxamiga si ese día llovía; y con serenatas a la amada donde se cantaban coplas, habaneras y tangos.

Gente que, a pesar de la deficiente economía, mostraban una cierta elegancia a la hora de las relaciones sociales, y así vemos que iban con chaqueta y pantalón de vestir –como mandaba la moda de la época-, incluso algunos llevaban corbata, aunque muchos de ellos calzasen alpargatas. 

Quizás el motivo es que solo disponían de dos mudas: una ropa para trabajar y otra para vestirse en cualquier acontecimiento, tanto si era para ir de fiesta como para ir a entierros, a la merienda de Pascua en la sierra, al festejo, etc.

Gente que en el Ball Xafat cantaba su pena, la de estar todo el día haciendo la maldita pleita, sin comer caliente. Gente que no conocía la palabra reciclar, pero que era su acción diaria. Casas hechas con escombros de otras construcciones. Casas donde la ceniza de las cocinas, de carbón o de leña, les servía para hacer jabón. Casas donde la ropa pasaba de unos a otros y se arreglaba con remiendos, tantos, según nos cuentan, que a veces resultaba difícil saber de qué color era la prenda original; donde la mujer protegía siempre su vestimenta, por muy modesta que fuese, con el humilde delantal. 

Casas donde criaban animales para su subsistencia con las pieles y las cortezas de lo que cocinaban para la familia, ese era su pienso. Casas en las que se comía el arroz con habichuelas y nabos -nuestro arroz caldoso-, o con cebolla y bacalao o con las verduras del terreno -habas y guisantes-; donde también hacían potaje de garbanzos, y migas, y hervido con patatas, cebollas y judías verdes, también del terreno; y sardinas de bota, prensadas entre el marco y la puerta -envueltas en papel de estraza- o fritas. Las pelotas eran comida de Navidad y de Pascua. Casas donde se comía pan negro. Casas donde también comían algarrobas. Casas donde la conducta consumista era casi una utopía; donde la cantidad de vasos se resumía en un botijo para beber agua todos y un porrón de vino o una bota que se iban pasando mientras comían; y donde los platos eran, muchas veces, la cazuela, la fuente o la perola que ponían en medio de la mesa para alimentarse, todos a la vez, de ella.

Gente que migraba hacia Valencia, Barcelona, Madrid, incluso a París para trabajar la temporada de la estera en el invierno y del helado en el verano. También a Argelia, a Orán, donde fueron tantos alicantinos desde mediados del XIX y, sobre todo en la posguerra, exiliados.

Gente a la que unía su actitud, la resiliencia ante la dureza de la vida.

Gente que nunca cerraba la puerta, porque su casa era la de todos. Vecinas que acompañaban a la madre en los llantos que anunciaban una nueva vida y que envolvían al recién nacido. Mujeres que estaban presentes también en los llantos de la despedida y que amortajaban al difunto.

Gente del Pueblo.

El color predominante de la vestimenta de las mujeres era el negro, ya que casi siempre estaban de luto.

Vestidos con la indumentaria típica de la época: chaleco y blusa negra.

Observamos el delantal elegante (aparece, incluso, en los vestidos populares de “pastoreta”), el chaleco, el blusón y la gorra propios de aquellos tiempos.

Foto de 1912, a la izquierda un crevillentino que trabajaba en Orán. Recordamos el movimiento migratorio que empezó en la segunda mitad del s. XIX hacia Argelia.

A principios del siglo veinte estaba de moda el mostacho, un bigote grande y espeso con las puntas hacia arriba.

Don Augusto Mas Quesada y su hijo Manuel Mas Mas, empresarios de la alfombra (“Fàbrica Gran”).

La fotografía pasa a ser un lujo al alcance de ciertas clases sociales, en principio de las más pudientes, que desean tener una imagen para el recuerdo que no sea con la pintura (privilegio de las clases nobles).

Mujeres haciendo pleita y punto.

La fotografía familiar es más interesante por su faceta documental que por ser una foto artística.

El hombre más alto de la época (trabajaba en Madrid llevando carteles de propaganda).

Gente cruzado el Puente Nuevo –Jorge Juan- y al fondo el lavador (ahora la Biblioteca Municipal).

Podemos apreciar, al fondo, las chimeneas y las lumbreras de las cuevas.

La manera de vestir, para las fotografías de estudio, es muy formal. Para dar una imagen natural siempre sostienen un objeto: un bastón, un cigarrillo o un sobrero, y la otra mano en el bolsillo.

Trabajadores del campo (segadores) con la hoz y cuerdas para atar las gavillas de trigo o de cebada.

Nevada del dia 3 de febrero de 1954.

Paseo familiar con la niñera

Familia en San Pascual.

El hombre calza alpargatas de “cara xiquica” atadas con veta.

Observamos las típicas jaulas de pajaritos que colgaban de la pared.

Familia numerosa de la época.

Labrador con el capazo de la comida y con el vehículo propio de la época, la bicicleta.

Regalo, a las monjas Carmelitas, de una imagen del Sagrado Corazón.

Cantantes de la Coral Crevillentina.

Vemos, al fondo, el antiguo casino

Llegada del autobús de los Crevillentinos Ausentes.

Crevillentinos Ausentes con toñas, en Semana Santa

Gente cocinando la perola de arroz en la sierra.

Las mujeres acostumbraban a rociar y barrer las calles, entonces sin asfaltar. A la derecha, el edificio de la Antigua “Agrupación Escolar de Francisco Candela”, hoy Polideportivo dels Arbrets; al fondo, la fábrica dels Andreuets.

Coches de tope o choque, en la feria del Calvario.

Haciendo punto a la puerta de casa.

La calle de la Salut (también dicha antiguamente “el barranquet de les figueres”) sin asfaltar.

Pelando un pollo o una gallina.

Pelando un conejo.

Haciendo punto en compañía de la radio.