Bodas
El matrimonio era considerado como el rito de paso más trascendental. Si tenemos en cuenta este aspecto social, la fotografía también actuaba, en cierta manera, de documento notarial público del hecho del casamiento.
Recordemos, conforme hemos dicho en la introducción, que la aristocracia y la alta burguesía aplaudieron la llegada de la fotografía, ya que este nuevo arte presentaba unas características como la rapidez, el precio asequible y la fidelidad a la realidad que lo hizo mucho más interesante que la pintura.
Después de unas décadas, también pudieron participar de esta nueva tecnología los más humildes, y la utilizaron para dejar constancia de los momentos más relevantes de su vida, al mismo tiempo que pudieron disponer de copias para regalar a los parientes como recordatorio de las ceremonias.
Cuando se casaban, los novios iban al estudio del retratista. Para entender la poca o nula naturalidad y expresividad que vemos en el posado, se ha de recordar que el acto de la fotografía, entonces, estaba muy lejos de la continua exposición delante de una cámara de hoy en día.
Actualmente, el hecho de fotografiarnos lo repetimos tanto -gracias a la digitalización- que lo hemos convertido, en muchas ocasiones, en un acto casi banal; pero en aquellos tiempos se lo tomaban con la solemnidad que correspondía ante un acontecimiento que rara vez ocurría, como era la visita al fotógrafo.
Quizás para muchos de ellos era el único retrato que se hacían en su vida, al menos para los habitantes de los pueblos.
Por eso, lo importante era dejar constancia de ese particular momento; los sentimientos se quedaban escondidos. La sonrisa se deja ver a partir de la década de los cincuenta. Así pues, la mirada de frente y la rectitud eran las características generales a principios del siglo XX.
El fotógrafo disponía de una habitación con un decorado, un atrezo sencillo o recargado, todo dependía de la clientela; pero lo que no faltaba era un telón de fondo y una silla. En cuanto a este elemento tan doméstico, como es la silla, tenía un papel fundamental, el de apoyo o soporte de los retratados. Era menester cierto estatismo para facilitar la calidad de la imagen. Así, aparte de la cuestión emotiva estaba la parte técnica.
La exposición delante del objetivo de la cámara era larga, incómoda y delicada, por eso se había de evitar cualquier movimiento por mínimo que fuese. Unas veces, el novio permanecía sentado y la novia de pie, lo que permitía lucir mejor su vestimenta; en otras, era a la inversa. A partir de la segunda mitad del siglo XX ya encontramos fotografías con los dos contrayentes de pie.
Respecto a la indumentaria, en una ocasión tan especial era costumbre, hasta la primera mitad del siglo XX, utilizar el color negro para el vestido de novia -por motivos de luto o para poder utilizarlo después a lo largo de su vida- con el complemento, a partir de 1920, de un velo largo que podía ser de tul blanco y que se ponía en forma de casquete, o una mantilla negra.
Los de color blanco eran muy caros y solo los utilizaban las clases altas. También había otra opción: ponerse un elegante vestido de calle que se aprovechaba para celebraciones posteriores o, en el caso de familias con poco poder adquisitivo, el mejor que tuviesen.
Recordaremos que la utilización del blanco en el vestido de novia parece ser por imitación del que llevó la reina Victoria del Reino Unido en su casamiento con Alberto de Sajonia el año 1840. A partir de la segunda mitad del siglo XX, por imitación de las bodas de la nobleza europea, fue imponiéndose este color a todas las clases sociales, lo que ya empezó a hacer la burguesía a partir de los años veinte, que entonces, en algunos casos, también lo acortó.
Hay que decir que en algunas zonas rurales –no es nuestro caso-, se utilizaba para un día tan señalado el vestido tradicional. El hombre vestía traje tipo sastre, con una chaqueta recta o cruzada de color negro o azul marino, chaleco del mismo color y una camisa blanca y corbata.
La boda se celebraba después de las correspondientes amonestaciones. Unas semanas antes de la ceremonia, el sacerdote en la misa comunicaba la intención de casarse de la pareja en cuestión por si había algún impedimento, a fin de que este se hiciera público.
En algunas bodas se efectuaba el ritual de la velación, que consistía en tapar con un velo a los cónyuges, concretamente la cabeza de la novia y los hombros del novio. Era una manera de dar más solemnidad a la ceremonia y de reforzar simbólicamente la unión de la pareja, sus deberes y su indisolubilidad.
Todas las mujeres, hasta la década de los sesenta, tenían que ponerse en la cabeza un velo fino o una mantilla –generalmente de color negro- para entrar a la iglesia, como hemos comentado en el apartado del bautizo. Este hecho lo contemplamos en muchas de las fotografías de los apartados correspondientes a los ritos religiosos.
Después de la ceremonia, al salir de la iglesia, los amigos y familiares tiraban a los novios arroz y confeti; acto de antigua tradición que todavía se hace hoy en día y que representa el deseo de fertilidad y prosperidad para los recién casados.
Después, generalmente en casa o en pequeños locales, celebraban el convite donde se ofrecía chocolate, toñas, rollos, mantecados y bebidas dulces como mistela y anís. Más tarde, la comida festiva se cambió por aperitivos caseros y productos salados (cocas, etc.). La moderación en el ágape no impedía la manifestación de felicidad que suponía la boda.
Eran otros tiempos.
La poca o nula naturalidad se justifica por la falta de costumbre de retratarse. Lo importante era dejar constancia de ese particular momento; los sentimientos quedaban escondidos.
Se utiliza, a partir de 1920, un velo largo blanco que se ponía en forma de casquete o una mantilla negra.
Lo que no faltaba en el decorado para la foto era un telón de fondo y un asiento.
La imagen generalmente es frontal. Hay que decir que, para mucha gente, era el único o de los pocos retratos que se hacían en la vida.
Hasta la primera mitad del siglo XX, se usaba el color negro para el vestido de novia. El color negro del traje era por motivos de luto o para poderlo utilizar a lo largo de su vida.
En la década de los 50, ya se alternan los vestidos blancos con elegantes vestidos oscuros o negros, cortos, de dos piezas.
Los vestidos de color blanco, a principios del siglo XX, solamente los llevaban las clases altas porque eran muy caros; después su uso se extendió a todas las capas de la sociedad.
El novio vestía traje sastre con chaqueta recta o cruzada de color obscuro, chaleco del mismo color (algunas veces), camisa blanca y corbata.
Se tenía que dejar constancia, con los padres de los contrayentes, de un hecho tan importante ahora que, por suerte, la foto ya sale del estudio del retratista.
Desde la casa de los padres de la novia, los novios recorrían andando el trayecto hasta la iglesia.
Celebraciones en la parroquia de Ntra Sra de Belén, con las figuras de San Pedro y San Pablo a los dos lados del tabernáculo, respectivamente. Después de un tiempo sin ellas, ahora ocupan nuevamente ese lugar.
En el ritual de la velación se tapaba con un velo la cabeza de la novia y los hombros del novio.
La velación daba más solemnidad a la ceremonia y reforzaba simbólicamente la unión de la pareja.
A parte de la correspondiente firma, la foto también es un testigo importante del ritual de la boda.
El padre de la novia era el padrino y la madre del novio era la madrina. También lo podían ser los padrinos del bautizo. Esto, a lo largo del tiempo, no ha variado casi.
El velo, que las mujeres se ponían para entrar a la Iglesia, lo vemos en muchas de las fotos de los ritos religiosos. A raíz del Concilio Vaticano II, dejó de usarse (a mediados de los años sesenta).
Después, generalmente en casa o en pequeños locales, celebraban el convite donde se ofrecía chocolate con toñas, etc.
Más tarde, la comida festiva se cambió por aperitivos caseros y productos salados (cocas, etc.) Las fotos ya empiezan a formar parte de la fiesta.


