Oficios

Podría parecer que caemos en un tópico más propio de otras épocas, perteneciente a viejos libros escolares o salido de los tratados geográficos del siglo pasado, henchidos de estereotipos, si ahora destacáramos el carácter laborioso del pueblo de Crevillent, empeñado siempre en sus faenas del campo, en el taller, en la tienda y en casa. Tal vez estas fotografías en blanco y negro habrían podido servir para ilustrar algunas de aquellas páginas amarillentas y llenas de polvo que nos encontramos en los estantes de las casas antiguas, pero en su conjunto aportan un testimonio con una dosis mayor de naturalidad y veracidad.

Buena parte de la vida cotidiana de nuestros antepasados, que dedicaban casi todo su tiempo a trabajar en las actividades más diversas para ganarse un bocado de pan, se muestra en estas fotografías. 

En estas tareas participaban todos: hombres, mujeres y también niños y niñas, desgraciadamente des de la más tierna infancia. Las fotografías de las primeras décadas del siglo XX de crevillentinas y crevillentinos trabajando son numerosas porque los retratistas locales se dejaban caer por los talleres de hiladores para realizar instantáneas de grupo, con la intención de vender después las copias a los protagonistas.

Por este motivo comprobamos una cierta descompensación en lo que respecta a los testimonios gráficos de oficios del pueblo: tenemos muchísimas fotos de filadors y menadors, y son mucho más escasas las de otros empleos. Aquí hemos procurado hacer una selección de las primeras y poner la mayor parte de las que hemos encontrado sobre los demás trabajos que, como no abundan demasiado, se convierten en testimonios muy interesantes.

Vemos aquí las caras y cuerpos esforzados de los trabajadores, las pieles tostadas por el sol y los niños obreros con la sonrisa en los labios.

Una sonrisa que era obligada por la foto espontánea y, tal vez, motivada por lo que constituía un improvisado rompimiento de la rutina, un inesperado descanso de la pesada faena como si fueran a fumar, tal como los labradores antiguos se referían a una pequeña pausa en su jornada en el campo. Tampoco son infrecuentes las fotos en el interior de las grandes fábricas de alfombras, que hemos preferido adjuntar en el apartado correspondiente a esta actividad. Además, también podemos contemplar mujeres muy mayores, sentadas en su silla, haciendo pleita, a fin de contribuir a la escasa ración diaria del alimento familiar.

La faena de hilar cáñamo y otras fibras, y la del esparto, fueron durante el siglo XX un suplemento monetario importantísimo para la economía doméstica de la población de Crevillent, economía generalmente muy humilde. En esta ocupación –ya se ha dicho-, participaban también, para poder llevar unas gitaetes a su madre, los niños y niñas tan pronto como podían levantar unos pocos palmos del suelo. 

En muchas ocasiones, hemos oído contar en casa cómo niños que no tenían más de cuatro o cinco años, cuando ya podían darle vueltas a la rueda de menar, pasaban a formar parte del proceso de la filassa. Mena a rejo!, les chillaba el filador, para que aumentaran la velocidad de la rueda, y bastante a menudo eran el blanco de las iras de este, en los momentos en los que la dureza y monotonía del trabajo hacían perder los nervios a los menos templados.

  No todo era rudeza y cansancio, naturalmente, y las fotografías que aquí contemplamos nos trasmiten también la cara más amable del trabajo; no solamente los sudores bajo el sol o la exposición al frío en invierno y el lamentable trabajo infantil. Pero son un testimonio fiel de cómo costaba llevar cuatro chavos a la cueva para comprar lo básico para sobrevivir.

Soleros fabricando las suelas de alpargatas, acompañados de un guitarrista.

Vendedoras del mercado con el típico peso de la época i con los característicos delantales.

Hiladores de cáñamo con el cerro (manojo de cáñamo) puesto.

Hiladores de esparto de la fábrica de Isidro Boyer.

El padre con los tres hijos: el niño también hilador y las niñas menaores.

Taller de hiladores de cáñamo y esparto de Joaquín el Xiu.

Continuamos viendo niños pequeños hiladores, tanto de esparto como de cáñamo.

Primeras máquinas eléctricas para hilar, ya no necesitaban menadors.

Rueda de menar, a la izquierda.

Hiladores de cáñamo en el taller del tio Morrete. Observamos que hay, también, una mujer hiladora.

Taller de hiladores del Xispo. Arriba vemos el actual depósito del agua del Taibilla.

Junto a los niños menadors (los que movían la “rueda de menar”) e hiladores, también vemos mujeres hiladoras (la segunda a la derecha, arriba).

Máquina de hilar sentados (aunque están de pie para la foto).

Mujeres haciendo pleita.

Mujer pelando cebolla tierna para venderla en manojos.

Mujeres almidonando alfombras.

Repasando felpudos.

Banco de soleros

Trabajadores de “la fábrica de la goma”.

Manojos de junco.

Trabajadores de esparto del taller del Pepe el Palla.

Van a pisar la uva.

Carros “de punto”, el transporte público del pueblo. Se llamaban “de punto” porque tenían un punto fijo de estacionamiento.

Trabajadores del campo con la indumentaria típica de la época, y con la azada y el legón o ligona.

Trabajador del campo labrando a poca profundidad para esponjar la tierra.

Mujer con su carruaje, una tartana.

Haciendo leña para guisar.

Observamos una piedra para afilar.

Pastores con sus ganados de cabras.

El carro que recogía la basura; al fondo se ve la casa de las persianas.

Labradores vendiendo sandías.

Confitería.

Carnicería. Vemos los productos expuestos sin refrigeración, propio de la época.

Tienda de comestibles, con el peso típico.

Amolaó (Amolador o esmolador).

Antigua oficina de Correos en la plaza de los Mártires, hoy plaza de la Constitución.

Radio Coral.

Plantilla de la policía municipal.

Quiosco donde se vendía prensa, golosinas, cigarrillos, etc; situado en las Escuelas Nuevas.

Quiosco situado en la actual plaza de la Constitución.

El doctor Mas Magro, crevillentino propuesto para el Premio Nobel de Medicina el año 1953.

Prensa de vino.

Concurso de camareros.

Repartidor de la carne del matadero.

La churrería de la Morquera.

Vendedores ambulantes de helados.

En el bar del Casino, situado en la actual plaza de la Constitución. Estuvo funcionando desde el año 1800 hasta el 1970.

Lavadero de coches.

Sastrería

Primeras máquinas de lavar.