Comunión

Continuamos con los acontecimientos críticos del ciclo vital de la persona. Ahora hablamos del rito de paso que se interpreta como una transición de la infancia hacia la adolescencia y el tener ya “uso de razón”; este se realiza mediante otro sacramento: el de la comunión.

La edad de la celebración ha ido variando desde los once o doce años a principios del siglo XX, entre los siete y nueve años a mitad de siglo y los diez de la actualidad. También variaba la edad si coincidían dos hermanos o hermanas que se llevaran un año o dos de diferencia, ya que solían comulgar juntos.

A comienzos del siglo XX, para la inmensa mayoría de familias económicamente muy necesitadas, este acto religioso no era esencial y no se celebraba; pero a lo largo del siglo se le fue dando gran importancia tanto a la ceremonia como a la vestimenta. Las niñas de las familias acomodadas vestían como pequeñas novias, de blanco y con velo. En las primeras décadas, llevaban el vestido por encima del tobillo y la manga larga con los suplementos de diadema, corona de flores o casquete y el velo largo. El vestido se alarga hasta los pies a partir de los años treinta.

En la época de la posguerra, la ceremonia adquirió trascendencia y notoriedad, pero el vestuario de las familias humildes para este acto era sencillo, muchas veces iban con la indumentaria de cada día o la de los domingos y, en el mejor de los casos, estrenaban ropa de mudar para poderla utilizar en ocasiones especiales.

Hacia los años cincuenta o un poco antes, la pomposidad en la vestidura se generaliza y se introduce el cancán –enaguas almidonadas- para darle más volumen al vestido; era lo que coloquialmente se llamaba “trage estufat”. (1)

 

Se continúan llevando los complementos de carácter religioso como el misal, el rosario y una cadena de oro con medalla con el nombre de la niña comulgante grabado en el reverso, y otros como la limosnera, los guantes y el abanico. El “traje de monja”, que aparece en la década de los sesenta, es mucho más sencillo, a la vez que se eliminan algunos complementos como la limosnera y el abanico, y la medalla se sustituye por un crucifijo de madera.

En la década de los setenta –hay que decir que, en cuanto a fechas, siempre hablamos de manera aproximada- la indumentaria se fue simplificando, la manga se acorta y ya no se utiliza el velo. La tradición del color blanco, que denota pureza, todavía se conserva hoy en día, aunque se alterna con el color beige o crudo.

Los niños vestían con colores más variados, predominando el oscuro, y los pantalones podían ser largos o cortos. Unos llevaban traje blanco o beige de chaqueta y pantalón, con camisa blanca, y en alguna ocasión también con corbata de pajarita; otros llevaban chaqueta de color azul marino con pantalones del mismo color o blancos; el conjunto también podía ser de color gris o negro, y muchos se inclinaban por el vestido de marinero, compuesto por unos pantalones y camisa blancos o azul marino y lazada marinera azul oscuro.

Este último, que aparece a finales de la década de los cincuenta, es una imitación del uniforme de la marinería militar. Hay, como siempre, diversas interpretaciones sobre el origen de esta indumentaria tan tradicional; según unos, la habitud de vestir a los niños de marinero es porque algunos apóstoles de Jesús eran pescadores, pero la Iglesia no ha hecho nunca una lectura religiosa de este atavío; y otros nos remiten al año 1846 cuando el príncipe de Gales, el futuro Eduardo VII, fue de visita oficial con el uniforme de los marineros del yate real. 

Su indumentaria gustó mucho y fue imitada por las clases altas hasta extenderse, poco a poco, a toda la sociedad. También había otras variantes de estilo militar: el de almirante, con galones dorados en los hombros. Los complementos eran crucifijo, misal, rosario y guantes.

También observamos que algunos niños llevaban, en el brazo izquierdo, un brazalete blanco en forma de lazo rematado al final de las dos caídas con un fleco dorado. Este complemento se utilizaba, en un primer momento, para remarcar que el niño iba vestido para recibir la eucaristía, aunque no llevase un traje apropiado para la ocasión. Se conserva, por tradición, junto a los otros complementos hasta los años 50/60, aproximadamente. El fajín era otro accesorio que aportaba formalidad y elegancia.

No era normal que se comulgara con la vestidura de una orden religiosa o de un santo/a, pero, por promesas de los padres, había niños que tomaban la comunión con el hábito del padre Damián y también niñas con el hábito de Santa Teresa.

Los padrinos ese día tenían también una cierta importancia ya que, generalmente, regalaban el traje que, como sucedía con el del bautizo, solía pasar de unos hermanos, o hermanas, a otros.

Los niños y las niñas tenían que ir a “doctrina”. Hubo un tiempo en que por asistir les regalaban, o sorteaban, alpargatas e incluso algún jersey. Eran tiempos de penuria económica.

El convite era un acto que celebraba la gente adinerada, que en alguna ocasión se desplazaba hasta el Pinet, donde hacían la fiesta o, como algunos decían, l’alboroc. (2). Generalmente, la parroquia solía hacer una chocolatada con toñas y congrets (3) para todos los niños y niñas. Más adelante, esa chocolatada pasó a hacerse en los domicilios particulares.

Las fotografías de Primera Comunión, hechas en el estudio del profesional, como mostraban una situación seria que les imponía respeto, y también era una de las pocas ocasiones excepcionales de poder retratarse, tienen como característica la falta de espontaneidad.

El retratista indica cómo tiene que ser la puesta en escena de ese momento irrepetible, con los complementos religiosos en las manos y la formalidad en la cara del joven protagonista.

En algunas fotos, el reclinatorio, el pequeño altar o alguna imagen religiosa contribuyen a crear el ambiente eclesiástico que pide la ocasión.

A medida que pasan los años, ayudados por una tecnología más rápida, aparece una ligera sonrisa y se deja ver un poco más de naturalidad.

Solamente un determinado sector social podía, a principios del siglo XX, hacer recordatorios de un día tan señalado.

A partir de la década de los 50 –aproximadamente- comienzan a hacerse más usuales las fotografías de estudio de esta celebración, y a partir de los 60 también se generalizan, gracias a los avances técnicos de la fotografía y a su uso –que comienza a ser masificado-, las fotos de determinados momentos de la emotiva ceremonia y del convite.

(1) Traje ahuecado o hinchado.

(2) Alboroque (convite)

(3) Bollos de harina, azúcar y huevos.

Las niñas de familias acomodadas vestían como pequeñas novias, de blanco y con velo. Las familias muy necesitadas económicamente no celebraban este acto religioso.

En la comunión se viste de blanco como símbolo de pureza.

El reclinatorio, el pequeño altar o alguna imagen religiosa crean en la foto el ambiente eclesiástico que pide la ocasión.

Hacia los años 30 el vestido se alargó hasta los pies.

La ausencia de espontaneidad es por respeto y por falta de costumbre de hacerse fotos.

A partir de la década de los 50, aproximadamente, son más usuales las fotografías de estudio de esta celebración.

Hacia los años cincuenta se introduce el cancán para dar volumen al vestido (se llamaba “trage estufat”).

Los complementos son: el misal, el rosario, la medalla, la limosnera, los guantes y el abanico.

Se da mucha importancia a los velos, diademas y coronas, que aumentan de volumen. El traje de monja, que aparece en la década de los sesenta, es más sencillo.

En el “traje de monja” se eliminan accesorios como el cancán, la limosnera y los guantes, y la medalla se substituye por un crucifijo de madera.

Observamos una de las características de la Comunión: se celebra en colectividad.

Ya comienzan a fotografiarse los momentos relevantes de la ceremonia. Los avances técnicos hacen que el uso de la fotografía se generalice, y que salga del estudio del profesional.

El brazalete en el brazo izquierdo se utilizaba para remarcar que el niño iba vestido para recibir la eucaristía.

En el recordatorio o “estampa”, aparece el nombre y la fecha de la celebración y se reparte en el momento del convite.

Los niños vestían colores variados, predominando el oscuro, y los pantalones podían ser largos o cortos.

Los niños también llevan, como accesorios, el crucifijo, el misal, el rosario y los guantes.

El atrezo del estudio del retratista se hace progresivamente más sencillo, desaparecen las imágenes religiosas y poco después el reclinatorio.

Más tarde se introduce el vestido de marinero compuesto por unos pantalones y camisa blancos o azul marino y lazada marinera azul oscura.

Por promesas de los padres, había niños que comulgaban con el hábito del padre Damián o el de Santa Teresa.

La parroquia preparaba una chocolatada con toñas y ”congrets” para los comulgantes. Más adelante, esa chocolatada se hará en los domicilios particulares.

El comulgante/a, “consciente” protagonista de este acto religioso (no como en el bautizo), comparte la felicidad con la familia y allegados.

Procesión del Niño Jesús de Praga.