Bautizo

El bautizo representa, en los rituales de paso que empiezan con el nacimiento, la unión a la comunidad de creyentes. Vemos que también tiene un carácter sociológico, ya que la imposición de un nombre responde a la identidad personal y los apellidos representan la legítima incorporación a una familia. Como todos los procesos de transición, se celebra mediante ceremonias comunitarias, y el niño o la niña se presenta en sociedad este día.

En este apartado nos aproximaremos a la relevancia que tenía este evento clave dentro del papel central de la fe en la configuración de la identidad y las tradiciones locales a lo largo del tiempo.

En la época que nos ocupa, el acto litúrgico se celebraba durante los primeros días del nacimiento y si la criatura había nacido enferma, lo más pronto posible. Eso responde al alto porcentaje de mortalidad infantil que hubo hasta la primera mitad del siglo XX, ya que se temía que el niño, o la niña, muriera y “no pudiera ir al cielo”. La primera salida a la calle del recién nacido era, siempre, para ser bautizado.

Generalmente, el compadre o padrino y la comadre o madrina del primer hijo o hija eran los padrinos de la boda, que solían ser, en la mayoría de los casos, el padre de la novia y la madre del novio. En los otros descendientes eran los familiares más próximos o amigos de confianza. También se daba el caso de alguna mujer y hombre determinados que, por benevolencia, eran los padrinos de los niños de familias vecinas con pocos recursos. 

Los padrinos, muy importantes en este rito, adquirían un compromiso respecto del ahijado o ahijada, ya que eran los encargados de velar por el seguimiento de las creencias y normas a las que se comprometían por el bautizo. También tenían la obligación de cuidar de la criatura en el caso de que los padres faltasen. En cuanto al nombre, se escogía entre el de los padrinos, los familiares más cercanos, el del santo del día del nacimiento o el del patrón de la población.

La ceremonia, importante como todas las de los ritos de paso, requería un vestuario adecuado. A veces, el traje de bautizo o de cristianar era el regalo de la madrina. Lo estrenaba el primogénito y después lo utilizaban sus hermanos o hermanas; en algunas ocasiones pasaba de generación en generación.

 Era tradicionalmente de color blanco, también de color crudo, para representar la inocencia y la pureza del recién nacido. El conjunto lo formaban el vestido faldón, la capa y el gorro; encima solían llevar un chal y se utilizaba el mismo para niño y para niña. Como vemos, en lo esencial no se observa mucha diferencia con la actualidad.

Acabada la celebración, a la cual no acudía la madre porque todavía no estaba en condiciones de salir, los padrinos echaban dinero a los niños que los esperaban a la puerta de la iglesia. Lógicamente, las monedas eran de poco valor (gitaetes –cinco céntimos de peseta-, diez céntimos y hasta un real y dos reales; pesetas, pocos eran los que las podían tirar). Pero en aquella época poco era mucho; arraparse en los bautizos era como un juego que formaba parte del ritual festivo.

La comitiva familiar iba a pie -como en todas las celebraciones- desde la puerta de la iglesia hasta la casa del bautizado, y los niños y niñas, cuando tardaban en lanzarles más calderilla, impacientes, cantaban una canción: Que tiren, que tiren, la comare es rica i el cul li pica, i el compare és llop, que toque el tambor (1). Veamos otra de las versiones que podemos encontrar: Compare (de)l bateig, que no tira res, la comare és rica, el cul li pica, i el compare és ric, que s’arrasque el melic; a la que no tira confitura se li mor la criatura, a la que no tira armeles se li sequen es mamelles (2). Observamos aquí la comicidad
y la incoherencia propia de las canciones infantiles. 

 

También, conforme dice la cancioneta, tiraban caramelos, almendras, peladillas, anissets y piñones –recubiertos de azúcar- y, en alguna ocasión, fruta confitada. El convite era más flojo que el de la boda pero muy parecido, con pastas y lo que se llamaba begua fina, es decir, menta, derivados del anís, etc.

Nuevamente la fotografía es testimonio de este acontecimiento, pero no son fotografías con el carácter institucional y privado como las de las bodas, hechas en un estudio, al menos las que presentamos. Por tanto, el formalismo de aquellas desaparece en esta celebración. El bautizo era una fiesta que se celebraba con mucha más gente y donde se acentuaba el nivel social de la familia.

Si bien algunas de las fotos de boda que hemos conseguido son de principios del novecientos, no hemos tenido la suerte de encontrar ninguna de bautizo antes de la década de los cincuenta del siglo XX. Aquí también se ponen de manifiesto las características de la época: se hacen pocas, las necesarias.

Estas empiezan a ser más abundantes a partir de los años sesenta; siempre hablamos del siglo anterior. Las imágenes de los padrinos a la puerta de la iglesia con los familiares y los amigos, y en la actual plaza de la Constitución, son las que más se repiten.

Cabe recordar que, para entrar a la Iglesia, las mujeres tenían que cubrirse la cabeza con un velo. Este velo dejó de usarse a raíz del Concilio Vaticano II. Nunca se prohibió, pero se abandonó la costumbre. Todavía hay gente que lo utiliza en determinadas parroquias, pero desde los años sesenta se fue dejando de utilizar.

A partir del siglo XIX, la criatura empieza a ser centro de atención de la familia, superando así esa particular indiferencia hacia ella propia de la sociedad tradicional. Como siempre, ese cambio se consigue primero en las clases sociales acomodadas y después pasará al resto de la sociedad. La afectividad y la protección hacia la infancia aumenta y con ello se aleja de la escasa consideración de la cual había sido objeto hasta entonces. Las grandes celebraciones, en el mundo rural, eran exclusivas de los adultos, por eso, las fotos de bautizo y comuniones aparecen unas décadas más tarde.

Nuevamente la fotografía es testimonio de este acontecimiento, pero no son fotografías con el carácter institucional y privado como las de las bodas, hechas en un estudio, al menos las que presentamos. Por tanto, el formalismo de aquellas desaparece en esta celebración. El bautizo era una fiesta que se celebraba con mucha más gente y donde se acentuaba el nivel social de la familia.

Observamos algunos retratos con el formato similar a las cartes de visite, famosas en Francia a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Hechas para ser repartidas entre familiares y amigos, se trata de fotografías montadas sobre un soporte de cartón, en el cual figuran los datos del autor de la imagen. A diferencia del anonimato del resto de fotos, en estas podemos saber quién era el profesional. 

La postura frontal y rígida también es la normal en las fotos de estudio de los niños. No se les podía pedir una sonrisa porque el daguerrotipo tardaba mucho en captar la imagen, y ya era bastante conseguir que se mantuviesen quietos y que el resultado fuera positivo en una situación, en aquellos tiempos, especial para ellos. En las fotografías que presentamos cogen objetos como aros o algún juguete, se apoyan en algún soporte
o también meten las manos en los bolsillos a imitación de los adultos. Solucionaban, con estas posturas, la falta de naturalidad propia de la ocasión.

La consideración y respeto a la vejez de aquellas generaciones –recordamos la foto del busto de los abuelos, con pose hierática, que veíamos hace tiempo en el comedor de muchas casas- queda desbancada por la veneración a los niños de la actualidad; ahora son los protagonistas absolutos de las abundantes fotos familiares.

Evidentemente, los tiempos cambian.

(1) Que tiren, que tiren, la comadre es rica y el culo le pica, y el compadre es lobo, que toque el tambor.

(2) Compadre del bautizo, que no tira nada, la comadre es rica, el culo le pica, y el compadre es rico, que se arrasque el ombligo; a la que no tira confitura se le muere la criatura, a la que no tira almendras se le secan las tetas.

El bautizo representa la unión a la comunidad de creyentes.

El bautizo se celebraba durante los primeros días del nacimiento, ya que se temía que el niño muriese (recordamos la mortalidad infantil de la época).

La primera salida a la calle del recién nacido era, siempre, para ser bautizado.

Para entrar a la iglesia, las mujeres tenían que cubrirse la cabeza con un velo.

A la celebración no acudía la madre, porque no estaba todavía en condiciones de salir de casa.

Acabada la celebración, los padrinos tiraban dinero a los niños que los esperaban en la puerta de la iglesia. «Arraparse» en los bautizos formaba parte del ritual festivo.

A partir del siglo XIX se intensifica y se valora, todavía más, el papel de la mujer como madre. Son abundantes las imágenes de la progenitora con la criatura.

A partir del siglo XIX, la criatura empieza a ser el centro de atención de la familia.

Observamos algún retrato con el formato similar a las «Cartes de Visite» francesas (fotos montadas sobre un soporte de cartón donde figuran los datos del retratista).

Los niños cogen objetos, se apoyan sobre un soporte o imitan a los adultos para solucionar la falta de espontaneidad.

Son fotos de estudio, con poses muy ensayadas y con largo tiempo de exposición, por eso muestran poca naturalidad.

El mundo de la fotografía (tan normal hoy en día) era extraño para estas criaturas y no muy común para la gente mayor.

Los juguetes solamente aparecían en las casas modestas la noche de Reyes, y no siempre.

La fotografía ha tenido y tiene un papel fundamental en nuestra memoria individual y colectiva.